• el año pasado
Es muy importante el nombre de las cosas. Y no sólo en nuestra vida cotidiana.
En la Historia, en la Política, en el Periodismo y en la construcción de eso que llaman ‘relato’, es primordial la nomenclatura.
Y en esa tarea, hemos perdido todas las batallas. Las pequeñas y las grandes.
Todavía recuerdo, casi con recochineo, un día de la primavera de 2004, el último año que fui adjunto al director y reportero audaz del diario ‘El Mundo’, en que asistí de mirón a la reunión de temas de las 11 de la mañana.
Venía yo de Afganistán y en medio de la aburrida ceremonia, mientras los jefes de sección desgranaban por turno los temas del día, fiel a mi naturaleza, tuve la osadía de intervenir criticando que en nuestros artículos y titulares se usasen topónimos como Girona, Ourense o Lleida, en lugar de los originales en castellano de toda la vida. Los que emplea Galdós en sus Episodios Nacionales.

El de Política Nacional, un mastuerzo al que después el PSOE premió con cargos de postín, respondió pedante que aplicaban las normas de la RAE en reconocimiento a las peculiaridades autonómicas, mientras Pedrojota, que ya presumía de tener línea directa con Zapatero como había tenido con Aznar, farfullaba algo así como ‘libro de estilo’ y asentía imperioso. El resto de los periodistas presentes, como es fácil imaginar, adoptó sumiso la postura del comedor de sopa japonés.
Por enredar, repliqué sarcástico que daba igual que lo dijeran los pánfilos de la RAE que San Serenín del Monte, porque aplicando ese patrón tendríamos que referirnos a Albania como ‘Shqipëria’, a Croacia como ‘Hrvatska’ y en lugar de Londres, podíamos empezar a poner cara de estreñidos y decir ‘London’.
Salí de la sala con el estigma de ser un cavernícola y creo que lo conservo, pero coincidirán conmigo en que queda uno muy cursi si se presenta ante la parroquia explicando que vuelve de ‘Niuyork’ o que ha estado de vacaciones en ‘Cape Town’.
Entenderán por tanto que me lleven los demonios cada que escucho o leo el termino ‘progresista’ aplicado al sector de los jueces más sectario, al ganado que se agrupa en torno a Sánchez, a los podemitas aliados de los torturadores chavistas y sandinistas o a las desquiciadas que aprueban la suelta de violadores y el cambio expres de sexo en el registro.
Por eso son importantes los conceptos, los procedimientos, la liturgia y la pedagogía, indispensables para combatir el lenguaje tramposo con el que perfuman el basurero donde chapotean el jefe del PSOE y sus acólitos.
Los de Sánchez no son un ‘bloque de progreso’, sino un hatajo de intolerantes, racistas, ineptos y golpistas.
Lo suyo, no es una ‘mayoría social’, sino un tinglado para llevárselo crudo, donde prosperan los estafadores de los ERE, los sociatas millonarios, el Tito Berni y su recua de diputeros.
En el tinglado montado por Zapatero y perfeccionado por Sánchez, estar contra el aborto o profesarse católico, darle un beso a una futbolista, defender la familia o apostar por el mérito, es mucho más p

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