Los milpiés, para defenderse de sus depredadores, cuando son molestados se enrollan sobre si mismos y segregan una sustancia repelente con un alto contenido en ácido cianhídrico, que por su causticidad, les resulta especialmente útil para quitarse de encima a las hormigas. Los lemures lo saben, y se rocían con el líquido que éstos bichos expelen para quitarse todo tipo de parásitos del pelaje. El líquido que sacan de frotarse los milpiés, al ser rico en cianuro, ejerce un efecto tóxico en el lemur. Lo que dicho de forma más entendedora significa que el lemur coge un colocón con la excusa de quitarse los mosquitos y las garrapatas. Este efecto hace que empiece a cazar milpiés como un desesperado en busca de ese efecto embriagador, hasta que ya no puede más. Los milpiés no sufren daños, y no está claro que los lemures no los sufran, pero por lo visto les compensa. En definitiva, que el hecho de mezclar lo terapéutico con lo hedonista es tan antiguo como la humanidad misma...
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